domingo, 14 de abril de 2024

- Y MILY JUGÓ SOBRE MI BICI ESTÁTICA. -



Mily te observa con sus ojos dulces y almendrados. Camina despacio, muy despacio; como pensando sobre dudas imposibles.

Mily está flaca y tiene un cuerpo menudo y flexible como una gimnasta de las que llevan la punta de los pies hasta lo más alto e imposible, y hace como que nunca pierde la sonrisa, y juega con la ironía de su misterio y adora a su gata Lima.

Mily es dulce y dura, impenetrable y frágil, coqueta como las damas eternas de Madrid, y apenas dice nada sino que mira. Adora a los niños, y se detiene a decirles algo al verles pasar a su lado, y Mily cuando besa es que besa de verdad, y la vida le ha soltado más que palos que a una estera, y no desea estar noqueada, y las malas noticias médicas acerca de su salud le producen rechazo y todo el escepticismo del mundo.

Mily ha perdido muchos vínculos familiares en su vida, porque se distrae y reivindica un mundo de sueños y de propia identidad, y en el fondo quiere sentirse como la roca del brazo de Hércules y una chica eterna.

Para Mily, solo importa su gata. Ha delegado en apariencia su impulso a las voluntades de sus cercanos. Pero no es así. Porque Mily quiere seguir plantándose su sombrero pizpireto, sus pantalones ajustados, besar a Lima, calzar sus hermosos botines de colores que causan sensación, y hacer exactamente lo que le venga en gana.

Aunque esa mayúscula libertad no pueda existir, Mily decide darle un corte de mangas a las responsabilidades cotidianas, y hacer de su femineidad un encanto cool, y jugar como una niña sobre mi cuarto histórico y personal en el que se halla una fuerte bici estática que ella domina con la soltura y la gracia de una adolescente lanzada.

Mily se desorienta muchas veces, y no sabe dónde demonios ha puesto las llaves aunque las tenga delante de sus narices. Y es que, en realidad, Mily parece vivir atrapada entre unas llaves esclavas que no la dejan sentir el placer.

Como cuando su Carlos se fue al otro barrio y le lloró a mares, o como cuando los jóvenes de cualquier bareto de Valencia con olor a porro, la miran como admiración, gusto y curiosidad unidas. Como cuando ahora le gustan las cosas hippies y alternativas, o como cuando casi tienes que empujarla literalmente para que acelere su paso taciturno y desesperante, o si quieres que saque su voz y cante una de las mil canciones de su generación que sí que se sabe aunque no te lo creas.

Mily siente curiosidad por las cosas bohemias e inesperadas, por la gente educada y pintoresca por conocer, desde su inteligencia natural y evidente, y desde su rebeldía de niña pija y a la vez sensible y consciente.

Por eso y por todo eso, Mily se ríe de los médicos, de las medicinas, de las guerras, de los santos muy santos, de las mujeres poco generosas, o de aquellos que a su paso le tiran lástima y caridad.

¡Ni hablar! Da igual lo que la médica le diga acerca de su simple inacción o gran descuido en la memoria. Mily nunca pensará en su desubicación y huirá de todo lo nocivo porque pica, agujerea, permeabiliza, jode, hiere, golpea, llora y además suena a truenos y a rayos.

Entretanto, su gata la mira con una paz infinita. La gata Lima es tranquila como Mily; forman un dueto cómplice que rompe la claridad de la luz de la primavera y de la vida.

¡NUNCA DEJES DE BAILAR, MILY!
 

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