jueves, 30 de diciembre de 2021

- FEO. -



Un escalofrío recorre mi alma cuando escucho a Marisa. Casi no recuerdo cuándo la conocí. Es posible que haga ya dieciocho años. Y ahora, algo extraño parece que sigue rodeando la psique de esta mujer.

Yo sé que me quiere. A su manera, pero me tiene aprecio. Cuando la conocí, ya era ciega. Invidente, solitaria, inteligente, espabilada por vivida, agria, amable y hasta cortante. Y extremadamente sensible. Recuerdo una vez que se aprovechó de unos amigos como yo, y nos instó a bajar precipitadamente los enseres de un piso en el que vivía, allá por el final de la Avenida del Puerto.

Debíamos bajar sus enseres en un lugar prohibido cercano a su vivienda, alguien llamó a la policía, yo vi venir el tema, y finalmente me alejé de ella y de su casa. Me lo tomé muy a mal. Nos había tomado el pelo.

Sí. Hoy me ha impresionado esta extraña mujer. Conservo su teléfono, y muchas veces no me contesta. Hoy, lo ha hecho. Está hundida. Y no ha soportado ponerse a llorar. Cuando no ha logrado controlar su emoción, entonces ha colgado. Hay gente que solo desea sufrir en el anonimato.

Siempre me ha sorprendido su itinerancia. La he conocido viviendo hasta en cuatro casas distintas. Es como si huyera. De sí misma. De su fracaso como esposa, madre y mujer. Como persona. Y se flagela una y otra vez. Y odia a los caseros.

Marisa huye de su ceguera y de su vulnerabilidad. Como si eso fuera posible. Se presenta habitualmente con una aparente fortaleza que da escalofríos. Ahora, teme volverse completamente loca. Perder el control ...

¡Paco! Paco es su gran excusa para no desnudar su alma lesa. Su ex marido se constituye para ella como el gran cabrón maligno que le jodió toda su vida. Y, encontrar el límite entre su discurso y la verdad, solo está en manos de profesionales o de manos amigas y magnánimas. Pero Marisa utiliza un tic de venganza contra aquellos que le dan el no. No está dispuesta a ser ayudada. Es extremadamente cortante y flageladora consigo misma. Ella no quiere darse cuenta de que no es Paco, su ex.

A Paco le responsabiliza Marisa de haberle ocultado su enfermedad que la dejó ciega y casi muerta. Al médico de aquel tiempo, le odia. Afirma que le ocultaron sus derechos de conocer su verdadero estado de salud.

Para Marisa, Paco nunca se agota. Y su influjo se proyecta y prolonga hasta sus hijos y una de sus nietas. A su hija la trata con una frialdad de escalofrío. Su relación nunca fue buena. Para Marisa, su hija tiene secuestrada el alma por su Paco. El efecto Paco lo condiciona todo.

Marisa cogió un coche con diecinueve años, y se puso a trabajar. En su época raramente las mujeres podían salir de su casa y de su pata quebrada. Pero con valentía, Marisa tiró todas las tradiciones al carajo. Y finalmente, se hizo fija en un Banco. Y allí conoció a Paco y se casaron. Marisa llegó a ser sindicalista en Banca, y tiene profundas convicciones. Es ideológicamente de izquierdas, aunque no cree en revoluciones ni en cambios drásticos. ¡¡ De repente, su ceguera !! ...

Es Navidad. Pasa el tiempo. Le cuesta dormir por las noches. Paco nunca está, pero Marisa le siente por todos sus flancos. Es como si necesitara a su gran opositor para explicar sus desgracias y su alejamiento u ostracismo social.

Marisa no tiene amigos porque no logra ser amiga de sí misma. Y yo me quedo con sus verdades y mentiras, y con un tono de voz que me conmueve. Es una voz triste y casi metálica, de derrota y desgarro. Trata de mantener siempre el tipo y la frialdad. Apuesta por no descomponerse. Me confía que el otro día riñó con los suyos. Y que hace poco se despertó a las dos de la madrugada y se puso a comer. Y sostiene que los psiquiatras no la aciertan con la medicación y la demoran las visitas. Hay un gran mal y un gran gafe de vacío en su vida que ella define con el nombre de Paco.

-Y ES ELLA MISMA-
 

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