domingo, 18 de abril de 2021

- EMBALADO. -



Benjamín habla mucho de otro tiempo. Cosas de hace décadas. Recuerda con agudeza unos vivires personales que lanza con vehemencia y a gran velocidad.

Es un no parar. Y yo percibo que no es capaz de darse cuenta. Y trata de aplastar con el verbo. Siente que le han robado mucha vivencialidad, y que a pesar de todos los pesares, él aún no ha dicho ni dirá nunca su última palabra.

Busca rivales fáciles. Que no le conozcan bien. Y cuando pilla presa, entonces ya no va a detenerse.

En ese momento, yo decido observar a Benjamín. Farfulla. Habla con demasiada saliva. Al no coincidir adecuadamente su ritmo respiratorio con su hablar rapidísimo, él mismo se mete en dificultades y a veces has de decirle que no le entiendes y que por favor lo repita otra vez.

Y a él, le molesta. Se ha vuelto plenamente descreído. Y como en el fondo es consciente de que muy pocos le hacen caso y le prestan atención, entonces su venganza ansiosa y oral por hacerse un hueco, crecerá.

Y pierde la noción del tiempo. Y ha decidido que solo él y quien piense como él, deberá tener razón. Y Benjamín parlotea a la contra. Está sin saberlo a la gran defensiva. Y lo peor, es que habla muy enconado del tiempo de hoy. De nuestro modus actuandi cotidiano.

Y Benjamín recurre al pasado. Como se cree un burro, trata de hacer ver que no lo es, como un puro mecanismo defensivo. Como si se diese infinitas nuevas oportunidades para sí mismo, y esta vez bien exitosas.

Se siente un fracasado sin remedio. Por eso no mira bien a quienes podemos ser capaces de analizarle sin ruido no sosiego. Porque el flaco Benjamín se ampara en el ruido y en la crueldad expositiva, para mostrarse verbalmente temible. E incluso para que sus interlocutores se cansen de él y se alejen.

Benjamín sigue jugando en el fondo la carta de la derrota. Insisto en que disfruta contando la historia del pueblo en el que vive, y es posible que sienta nostalgia de todo aquello que ya no está en su vida, porque el hombre ha decidido no moverse de su zona cómoda. De ahí, él no sale. Y no sabe que no logra salir. Porque intuye seguramente, que si sale de sus agujeros se encontrará con más dolor y decepción. Y eso es una prueba o una línea roja que no va a querer disputar o traspasar.

Benjamín va de formal y de educado por la vida. Y también de extraordinariamente insatisfecho. Y ha de soltar sus infiernos interiores por algún medio. En su caso, el medio oral.

A Benjamín no es que le falten muchos abrazos o besos. No. Lo que realmente le hace falta es que esos abrazos y besos los sienta como reales y auténticos sin sentirse tenso, azorado e incrédulo.

Semeja un espíritu de contradicción. Dice una cosa, hace la contraria, y si le señalas su pifia, entonces Benjamín negará hasta la extenuación. Siente que si admite otros discursos, entonces él se cae por un tremendo agujero y vacío. Y esa intolerancia a la frustración, es un potente hándicap. 

Quienes le aprecian, le aconsejan. Y por su bien. Pero el alma de Benjamín está delgada y herida. Y quizás sea mejor estrategia el arrastrarle desde la risa y una nueva velocidad, a unas vivencias inmediatas que no pueda inicialmente procesar. Tratar de sorprenderle. No dejar que piense demasiado.

Si vas lento con él, o muy ambicioso, entonces Benjamín comenzará a soltarte el rollo a la contra. Y abraza la Historia que le conviene, y trata de hacer enfadar sin escrúpulos y por su falta de rigor a quien delante tiene. Ese discurso suelto y a brincos, ese de aquí para allá alejándose del centro y perdiéndose en vaivenes, pretende en él ser triunfador y hasta categórico. Si te acercas a Benjamín sé consciente de lo que haces. De quién tienes enfrente.

-Y NO LE REBATAS QUE ES MEJOR-
 

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