Demasiado joven y demasiado inesperado. Como el coronavirus. Y uno tiende a pensar que a veces todo es una mierda absurda, donde gana lo efímero y cronológico y que todos somos una mera anécdota temporal.
Ha fallecido el profesor y periodista, José María Calleja. Otro jarro de agua fría que nos propone el canalla Covid-19. El infortunio presidió su vida intensa y agitada.
A Calleja le pasó de todo. "Menos bonito", que seguro que apostillaría él. Porque al donostiarra, le gustaba apostillar. Era directo y claro, de una voz persuasiva y rápida, inteligente, sufrido, presionado, pero siempre extraordinariamente libre e irreductible.
Calleja tuvo la virtud de no callarse una. Apasionado y convencido, defendió sus ideas con fuerza férrea. Y si alguien soltaba una trola, entonces no podía estarse quieto, y saltaba. Siempre genio y figura.
Lo mejor de Calleja era el estilete y cuando se encendía. Entonces, ahí, el vasco sacaba su artillería intelectual cargada de humor e ironía, y pronto se podía liar. Era más que valiente, y honró bien a la raza del periodismo, siendo crítico y hasta agudo enfant terrible.
En su vida particular, le pasó de todo. Estuvo acosado por todos los fuegos. Le encarceló Franco, y luego le plantó cara a la ETA en tiempos en los que una palabra de más podía significar la muerte inmediata por tiro en la sien o por bomba lapa debajo del coche.
Pero el dolor no le amilanó. A veces chocaban su talento y su temperamento, y debía de luchar interiormente como un titán. La fama y la notoriedad le llegaron con las tertulias de actualidad política, televisivas y radiofónicas, en las que fue un imprescidible espadachín valeroso.
Calleja fue un extraordinario tocahuevos. Y muy astuto. Porque logró conectar con un estrato social de centro e independiente, que supo valorarlo. Él se sintió de izquierdas, pero prefería ver un partido en la Anoeta de su Real Sociedad, o un pase de Laudrup, una virguería de Butragueño, o un código histórico de Messi.
No era ultra para la política y siempre trató de ser neutral y cercano. Dotado de una enorme agilidad y de una personalidad potente, José Mari Calleja se atrevió con todos los enormes morlacos que le esperaban en su peripecia vital.
Insisto. No se calló ni una. A veces se le notaba superado por la tremenda presión que sufría en aquellos años de plomo de su Euzkadi, pero en los últimos años yo le vi menos nerviosote y con más curtido. No merecía tanto darlo todo entre esta gente imposible en esa televisión que solo busca la riña, el share, el money, y a ver quién la tiene más grande y da la nota.
Nada asustó a Calleja. O, lo pareció. Porque siempre estuvo en la vanguardia de la actualidad y marchó hacia adelante jugándosela. El periodista y polemista del pelo ensortijado y gafas profesionales, no era de esos de aguantar el partido y de echarse atrás esperando el contraataque para aguardar el desorden de sus rivales. No. Calleja jugó al ataque. Y le gustaba la orla y el periodismo de acción pero con contenido argumental.
No fue un tipo fácil. Ni le dio la gana serlo. Pero tras su estilete verbal yo siempre le intuí la normalidad de un tipo que lo que desea es ser libre y que le dejen en paz y de cuentos con su sentido del humor y con sus cosas de hurgar.
Víctima como fue del terrorismo etarra, no se dejó llevar y defendió su posición. No calló en la tentación del victimismo interesado y solo lloró lo justo. Por eso se encorajinaba cuando los especialistas en aprovecharse de los ríos revueltos,le pedían que fuese pescador tramposo con ellos. Y, lo consiguió y fue víctima y no victimista. José María Calleja logró siempre su dignidad dentro del dolor. Y yo le doy la enhorabuena aunque haya finalizado su tiempo vital.
- D. E. P. -
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