Como su modo de ambición y vértigo. Desde el aplomo de una mujer actual de 44 años que atrae, curiosea, innova y llena. Sorprende y coquetea desde el otro lado de las cámaras de la televisión pública, todas las noches tras las noticias.
En ese cachote de trozo de espacio que abarca toda ella, la catalana Mónica López marcha a toda velocidad tratando de dar amenidad al contenido. Conecta bien con ese público de hoy que la mira con interés.
Mónica ya no es los primeros y blanquinegros hermanos Medina, o sus sucesores varones que daban confianza a la predicción meteorológica. Ya se sabe: el hombre es más bruto para tediarnos los anticiclones o para hacer demasiado rigurosas las enormes borrascas veloces del cambio climático inducido.
Ya no pueden alcanzar rigor y aceptación los grandes bellezones que distraen con sus curvas de boca abierta la atenta información. Ahora todo ha de pasar por la señora joven todavía, pero que se parezca a nuestras mujeres o a nuestras madres si somos peques o adolescentes.
Éso, parece saberlo bien Mónica López. Y aprovecha sus bazas. Se desmarca de todos para lucir, y nos muestra aparente pedagogía meteorológica, ¡ah!, y muchas fotos de todos los amigos televidentes. La fotografía en forma de nube o de color de sol, es mediática, potente, televisiva e irresistible.
La López acapara y domina su puesta en escena. Se llena de mapas digitales y de efectos, pero su fuerte es su vestuartio no sexy pero siempre llamador de atenciones, su hablar de metralleta fondista, y su deseo de mostrarnos cosas y más cosas. Meteoros, nubes, ciclones, huracanes, y una conseguida y tremenda laboriosidad. La tía se lo curra y deja poco a la improvisación. Pero también es actriz televisiva, y todo sería diferente si no se moviera a su estilo y mantuviera su impronta gesticulante y sus moveres oportunos.
Parece la clásica chica descontrolada que lo tiene todo bien atado. Y que se equivoca, se hace gracia a sí misma, se sonríe, pero no interrumpe y prosigue su carrera de información diaria sin más.
Sabe que tiene a gente que quiere saber mucho más que del mapa del mero tiempo, porque solo para eso le dan un clik al internet y ya lo tienen. Los espectadores quieren curiosear y escudriñarla. Verle puntos flacos y admirar en silencio de aceptación su acierto social. Su acompañamiento.
Y Mónica López nos habla de muchos pueblos que parecían perdidos en el mapa de la España casi despoblada, y democratiza la diversidad oculta. Y desmenuza toda la Península y las Islas, y nos dice la temperatura, y las isobaras, y los vientos predominantes, y su pasión por esta rama predictiva y meteorológica.
Y nos dice que en Helsinki habrá entre 3 y ocho grados, y nos entra el fresco. Y un día si la dejan, irá más allá y nos hablará de los grados en Asia o en donde sea.
Es el juego dinámico y de sello personal de Mónica Lopez. Se pone seria cuando nos habla de alertas de calor y de lluvias, pero no es un fruncir de ceño especialmente seguido, porque la vida es algo tan veloz y puntual que no se merece demasiado la pena ponerse triste por las cosas inevitables.
Una alerta solo sirve para que no cojamos el coche y no salgamos de casa. Pero eso Mónica López sabe que es imposible que hagamos caso a las recomendaciones, porque nuestro rollo es otro.
La López nos comprende cuando la pifiamos, y trata de sernos familiar y próxima. Este es su trabajo y hay que convencer. Y es la tele y hay que estar rápida, moderna, guapa, mujer y lo que haga falta.
Hay que lucir mucho más allá de bonanzas o catástrofes, mostrando movimientos y sellos y tics personales. Están las cámaras. Y esto son dos días. Y la meteorología parece que para Mónica nunca es incompatible con otras muchas cosas inevitables de lo cotidiano.
-SINGULAR, MÓNICA LÓPEZ-
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