Me bailaba por la barriga algo nuevo. Hacía meses. Es mi mejor noticia de mi viaje por tierras de León. Sí. Había que salir de mi Valencia en Fallas aprovechando que no soporto el ruído de los petardos y masclèts, para poner en marcha mi jugosa naturalidad ya inmediata.
Yo sabía de mi destino porque el río de la vida nunca se detiene, y tiré de ahorrillos. Fueron cuatro días de aprendizaje con la excusa del desconectar y del placer de viajar.
La cuestión no era esa. La cuestión mía era la necesidad de observar, para poder salir nuevamente de mí. Era consciente de esta dureza pero acepté los retos, cogí nerviosamente la maleta, y me metí cerca de ocho horas dentro de un autobús, camino de un hotel de La Bañeza.
Y vino Astorga, Ponferrada, León, Las Médulas, y toda esa zona berciana. Para mí, lo de menos. Porque yo iba realmente a otra cosa. A ver. A salir. A explorar terrenos desacostumbrados y a medirme a mí mismo frente al vivir.
Duro. Muy duro para quien no tiene la costumbre de viajar. Además, mis rodillas lesas y mi corazón entre audaz y asustado. Me faltaba demasiado rodaje. Y a fe que he tomado lecciones que espero superar.
Meseta castellana. El cereal. Pegado a la ventanilla del autobús. Paisaje verde gigantesco y monótono. Pienso en lo duro que ha de ser para estas personas el clima y la necesidad de sobrevivir. Pueblitos despoblados y demasiada ausencia.
La gente de a bordo del autobús. Sin nada que destacar. Sobrados y sin novedad. Para ellos, un viaje más huyendo del exceso fallero. Vi que se lo conocían casi todo. Viajeros de mili y de experiencia. Dominadores de los tempos, las áreas de servicio, y todas estas cosas propias de quien vive al día la realidad animosa de lo cotidiano.
Yo, sin reflejos y agazapado. Expectante y todo curiosidad. Llegada al hotel y la locura demográfica. Mucha gente subiendo a las habitaciones a la vez. En León si hace frío, te cubres bien abrigado y no pasa nada. Tuve temperaturas suaves, y hasta calor excesivo por mal graduado en mi individual habitación.
Cena, desayuno, ducha, tarjeta que abre puertas y luces, todo novedoso y un comer deficiente en el hotel. Era un viaje barato y no se podía pensar en el dispendio del lujo.
La Catedral de León es carismática, pero yo la vi sin luz. Demasiado recogida y no tan grande. Es evidente que no gozo del recogimiento de Castilla. Soy de Valencia y quiero la luz. No me gustó tanto.
El castillo de Ponferrada fue bello y entretenido. Y luego me relajé con otros viajeros caminando por sus calles. Sorpresa la estatua al "barquillero", y preciosamente entrañable la vista del Museo de la Radio en homenaje vivo al simpar comunicador Luis del Olmo.
Mientras subía a Las Médulas, me sorprendí a mí mismo. Retuve. Estoy citado para prótesis rotuliana pero ascendí con facilidad. Aún queda algo. Allí, en Las Médulas, los romanos encontraron oro para su Imperio y se aliaron con los astures. O así lo comentaba la guía berciana, entre orgullo de terreta y con resistencia al tremendo frío que hacía en la umbría al lado de los castaños centenarios.
En Medina del Campo falleció Isabel la Católica, y yo pude visitar Medina del Campo que es en dónde tuvo lugar su óbito y lo testamentario. El gran Poder.
Lo de menos. Logré completar el recorrido y no me arrepiento de tantas horas del viaje. Como Colón. Llegué a Valencia con el orgullo intacto, y una borrasca puso un inciso a la gran sequía. Todo sequía.
Vivir, salir, jugársela, no tener miedo, no quedarse atrás, y aprovechar cada minuto para respirar el aire y hasta el aroma de otras personas. Eso es lo más sano del viaje. Todo lo demás lo tengo como secundario.
-HACED EL FAVOR DE SALIR-
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