lunes, 16 de abril de 2018

- MERCEDES MILÀ, DESNUDA Y MEDIÁTICA-




Vital, rápida, excesiva, potente, orgullosa, condesita y periodista. Catalana, cuerpo gym, veterana, eterna, televisiva y con todo el genio. Mujer avanzada, pionera, pasional, mediática y nada pudorosa. Desnuda su alma y su vida delante de esas cámaras que le han dado personaje y personalidad. Es, Mercedes Milà y así la veo.
Historia viva de la radio y de la tele de mi país. De cuando no se podía y ella lo hacía. Ambiciosa, sensible, exigente y nuevamente muy desnuda.
Sincera hasta la herida, locuaz, potrillo sin domar, terremoto de verbo y ego, contadora de lo confesable y de lo menos confesable, mujer sin límites ni trabas. Intentando hacer ver que la televisión puede ser una originalidad más que un academicismo o un pozo profundo.
Desde deportes a mocos de adolescentes, entrevistas a líderes políticos y a ultras violentos de olor a trullo. Mercedes. Mercedes Milà. Una bomba de pequeña estatura a la que debió aburrir el corsé de su mundo aristocrático, adinerado, y tremendamente tedioso.
Milà intentó como fuera salir de ahí de su rol de mujer anodina y capada, y en una de sus experiencias se topó con la tele de aquella democracia que se necesitaba para no ahogarse una en el fondo de la nada.
Mercedes ha querido ser alguien y lo ha logrado. Su triunfo de mujer es imbatible e inapelable. Ha hecho mucho lo que le ha dado la gana y su estilo de lengua puntiagudo la ha llevado al cénit del share. Porque sin audiencia la ambición no está colmada, y entonces te conviertes en alguien fugaz al que le acaba temblando la sonrisa y entonces se va de allí. Mercedes Milà quiere volver siempre a donde está a gusto.
Trabajó y movió su cabeza en exceso. Y un día en pleno plató y casi en directo, empezó a sentir cosas extrañas que paralizaban su creatividad.
No tenía ganas de nada y se fue. Lo peor para la Milà son siempre las extrañezas y las incertidumbres. Ella no es de esas y necesita encontrarle lógica a todo. Era la puta depresión. Era una hachazo bestial para una jabata inquieta y nerviosa.
Ahora afirma estar mejor, pero sabe que no debe bajar la guardia porque está el traicionero Damocles preparado para dar por saco. Mientras se rehace su presente, Mercedes afirma que existen las energías, y la meditación, y los yogas, y los grandes placebos que con el gustirrinín todo lo explican y le dan sentido. Y su psiquiatra y psicólogo.
Mercedes Milà es el poder de la sociedad catalana con rancio abolengo. Estatus y espaldas cubiertas. Estar en casa es un tormento.
Por eso se escapó a entrevistar a Niki Lauda, convivió con sus motos de la familia de la marca Montesa, se convirtió en una referencia del periodismo incisivo y agudo de la primera democracia tras el franquismo, y luego se autobanalizó entre el Gran Hermano y sus chiquitos de afección quasi apadrinados. Y se volvió sobre su reto de difícil salida y se pasó de frenada y se estrelló y estrelló contra ella misma.
Ya no hace los sesenta años, pero su figura siempre es rápida y juvenil. Y amadora, y vital, y llena de inquietudes. Sabe que la tele de ahora se parece a la buena y la seria de antes, lo que un huevo a una castaña. En su currículum está esa misma evolución. Dejó lo serio por el circo y comenzaron a picarle los extraños elefantes y a mirarla la trapecista zíngara.
Siempre el discurso de la Milà es Ave Fénix. Y le dice lo que sea al Rey, o a Rodrigo Rato, o a los fácticos Poderes, mientras confiesa que le gustaría entrevistar a Francisco. El Papa.
-QUE HAGA SU LIBERTAD-

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