sábado, 10 de febrero de 2018

- LOS DRIBLINGS DE MANOLITA -



Manolita todavía es joven aunque ella no se lo crea demasiado. La acompañé durante un tiempo en algunas tardes de su soledad, y al principio me extrañó bastante lo que me decía porque no lograba entenderla.
Sí. Manolita es hábil. Y a mí suele acuciarme una sordera inicial cuando no percibo claras las cosas,y eso se nota. El discurso de Manolita no llevaba a la cercanía de un acompañamiento, sino a algo difuso y para analizar con sosiego y tiempo.
Al principio solo le tomé una palabra, la cual quedó retenida en mi memoria. Porque Manolita me hablaba de "atajos". Atajos, y más atajos. Pero, huye de elaborar discursos serenos y carentes de precipitación.
Sus ojos son saltones, es más lista que el hambre, destaca su rubísimo cabello y también su porte de eterna deportista. Hasta que un día le dije a Manolita que nos sentáramos, y entonces decidí meterle baza a su mundo cercano e íntimo.
En ese momento comencé a averiguar algunas cosas que con el tiempo se reforzaron. Me dijo que no tenía amigas porque todas eran malas. Lo malo es que me confesó que tampoco tenía amigos. Y a continuación se ponía a hablarme de sus clases de inglés en un excelente dribling o regate en giro, que firmaría el mismísimo y maravilloso futbolista carioca, Romario.
Manolita es escurridiza y especialista en correr velos y en bajar las persianas. Nunca iba pues a entender el significado de la palabra acompañamiento, porque eso iba a suponer quererse a sí misma.
Y de nuevo sus grandes driblings. Dos o tres, seguidos. Se iba a Benidorm. A ese lugar de sol y todo un clásico, en donde los mayores pueden disfrutar, y que se ha convertido ha mucho en una gran referencia de ocio y de relax general. Las excelentes temperaturas, fomentan el viaje hacia ese paraíso costero, mediterráneo y turístico. Y social.
Ese regate de distancia de Manolita era más que eficaz. Ella se va, corta con el mundo, pasa de todo, va a la suya, se toma las pastillas cuando se las toma, no consiente el más mínimo patrón de actuación, no la discutas, no le importa el lío con quien haga falta, y esa seguridad la convierte en un ser en extremo vulnerable. Más insegura que Manolita no se puede ser.
Lo malo no es que sea viuda, sino que su marido en vida la despreció demasiado. Y eso todavía no lo ha perdonado. Y Manolita no se arrepiente apenas de nada. Y sigue regateando y regateando aparentemente a su realidad.
"Un atajo". "Otro atajo"."Dicen que robo"... No soy modesto ni conformista. Me fascinan su mochila y sus chirucas de senderista que siempre lleva, así como su extrema y eufórica vitalidad. Con bajones.
Manoli te mira, te mide y te escruta. Hasta que me enfadé cuando intentó cruzar por el medio de una gran Avenida y con la excusa de que no venía ningún coche.
Por mucho que le expliqué su conducta, nada logré. Al revés. Se reafirmó en su idea individual de poder. Yo, puse cara de impotencia, y ella al verla decidió darme el gusto de cruzar por el paso de peatones finalmente. Pero no lo hacía por ella misma, sino por mí. Y yo quería que hiciese las cosas pensando en su razón y en sus ventajas.
"Atajo". Posible cleptomanía, impropia además de una dama como Manolita. Una tarde, descubrí cómo disimuladamente se acercaba a una máquina pública de refrescos y hurgaba con sus dedos por si alguien había dejado olvidada alguna moneda. Y a continuación se peleó con unos chicos de la seguridad los cuales se limitaban a informarla de que si seguía caminando por donde lo hacía, entonces unos camiones que bajaban por una rampa y que no podían verla al girar podían atropellarla. Manolita les montó una escandalera fenomenal. 
No es que no sepa lo que no se hace. Sino que lleva carga vengativa. Se ha acostumbrado a los atajos y no cree en las normas de nadie. No hace caso a nadie. Ni a mí, que la iba a acompañar unas horas a la semana. ¡Qué modo de regatearme! ...
Manolita no sabe,-o no desea saber-, que los frentes abiertos que tiene en su vida deben de ordenarse y de modo convencido y metódico. Por eso me sabe mal no poderla ya seguir en su peripecia cotidiana porque la dije adiós. Dimití de ir a acompañarla y verla. Ni me dejó despedirme hablándola, y hubo de ser por el frío WhatsApp. Ella necesita otro tipo de gente que además de fármacos, lleven reglas de contundencia.
¡TODA LA SUERTE!

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