domingo, 21 de febrero de 2016

- "EMANCIPARSE" A LOS CINCUENTA Y CINCO. -



Responsabilidad y desnudo frente a todo mi deseo y obligación. Mi reto inevitable en medio de mi edad insólita y siempre inesperada. Quedarme solo enfrente de mí y ver aquello que me gusta y lo que me desagrada.
Emanciparme desde dentro de mí. Cursar y acometer mis zonas más reales y sensibles que no admiten las trampas. Mi osadía de crecer a destiempo y comenzar a caminar temeroso y preocupado por caminos expectantes y preñados de dudas y hasta de escepticismo. Tristeza y alegría que se lían y unen como el amor y el odio ante las ganas de vivir.
Ahí está mi casa a los cincuenta y cinco años. Mi casa de mí. Hacer la higiene, la compra, administrar el pecunio de mi supervivencia, renunciar a los descabellado, y juntarse con lo que tiene que ver con esa realidad sana y auténtica. Confesar todos los pecados y abrazarme todas las virtudes. Creer en mí.
Camino de ida en mi más de medio siglo de vida. Cuidarme y abrazar la sorpresa. Cerrarme los ojos ante el estupor de incomprensión de rechazo de quien jamás podrá imaginar de mí.
Dolorido y atolondrado me lanzo sobre mi aparente soledad y sobre el vasto espacio que tras la muerte de mi madre abre mi vida.
Mi horizonte nuevo y por curtir, transitar y seguir caminando rumbo a mi verdad y pugnando por salir airoso de las tentaciones testamentales de cuarenta días y cuarenta noches.Tentación de inseguridad, de miedo a mi conducta, de apuesta positiva y anhelante de que todo saldrá finalmente bien si decido que así sea. Deseo de jubileo sosegado y calmo. Soportable y sonrisa de acción.
Dentro de mi nido y a punto de volar del todo, lanzo mis alas al gimnasio y debuto ejercitándome sobre la hierba. Me mancho solo la inexperiencia, y salto. ¡Salto! Salto con la decisión convencida de que se intenta o se muere. Que hay que dejar atrás las seguridades inanes y probar nuevos alimentos de riesgo e innovación. El cambio de crecer es exactamente éso. Los huesos me crecen a los cincuenta y cinco, y el dolor es tan heróico como necesario para convencerme de las ventajas del estirón casi postrero.
Vuelo. Vuelo con los pies en la tierra y con mis pasos vacilantes y claros a un tiempo. Sin muletas ni aparatos, sin concesiones y como buenamente sé, poniendo lo mejor de mí en mi paso pesado, e intentando llegar a esa gran línea de mi carrera de salida propia. Mi tiempo llega individualizado, personal y absolutamente inevitable. Recargado y simplote, noble y bisoño, activo y rápido, seductor y asumiendo mi tiempo y situación.
Paso sobre todos mis deseos y sueños, y entonces los demás me importan relativamente que no sea para posicionarme con ellas y ellos y caminar con tod@s por caminos absolutamente necesarios. Socializarme cuando parece que ya no toca, seguir cayéndome y levantándome hasta que no quede un grado de energía de mí, y sobre todo confiar y apostar desde mi sino.
José Vicente, cincuenta y cinco sueños, escritor sin título, nobleza en genes, y expuesto a todos los temporales exteriores e interiores que acepto y entrego. Me lanzo al aire y al viento, y a la ansiedad y a la impaciencia, y al placer y al llanto, y a la ausencia y al futuro, y a tí y a mí, y absolutamente a todas esas pruebas y vallas necesarias que pare la inteligencia del seguir.
-ASUMO EL RETO-

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