sábado, 23 de marzo de 2024

- DÍAS DE LIBERTAD. -



PARTE PRIMERA.


Cogí a mis nervios de ilusión y tristes nostalgias, y los estampé contra la pared. Y no contento con eso, golpeé con mi puño a la citada pared.

Apenas sonó el estropeado despertador. No es cuestión de pilas, sino de vejez obsolescente del reloj de la mesita de noche. Ese reloj debería en justicia, residir en el interior de un cubo de basura. Pero siempre acabas cogiéndoles afecto a las cosas no humanas. Es como si Diógenes dominara la oratoria y tumbara los argumentos sabios. Me sabe mal tirar a la basura, las cosas que me perjudican. Algunos defectos he de tener.

El tren de Valencia destino Barcelona, se llama vivir de verdad. También recibe el nombre de retraso endémico. Llegó tarde, nadie dijo nada, pero en la sociedad de hoy es que perder los papeles será y es cosa de necios y de blandos. 

¿Quién sería mi compañero de asiento contiguo? Salí pronto de dudas, y el trayecto de tres horas bien largas, se hizo llevable.

Ella se llamaba Lotta, era holandesa, nada creída, y me contó que era teacher de inglés. Y que también dominaba el francés, el alemán y su holandés. Me sentí mal a veces, porque la probablemente treintañera Lotta no sabía ni papa de español, y mi inglés es más que inexistente. Solo tengo un inglés gestual, musical e inventivo. Pero no fue objeción el asunto. Lo pasamos bastante bien siendo simpáticos. Porque Lotta no pareció pensar en mí como a un ligón playero, y yo me percaté de que a la mujer no le desagradaba nada juguetear con maduritos.

Lo que más me llamó la atención de Lotta, es que a veces golpeaba juguetona sus brazos contra los míos, sin percatarse de nada. Ni de que físicamente debe ser un portento de fortaleza, de que ante tales empellones un varón puede volverse más machista, de que ella podría ser una muy niña grande y bastante atractiva, y de que su naturalidad impulsiva no traspasaba nunca en un tren la barrera de la corrección. Quería ser correcta y coherente, y lo hacía con más extroversión que una typical moza andaluza y olé. Evidentemente, los estereotipos son una mierda. Y la vida propone soñar con romperlos. Yo le enseñé a Lotta palabras en español,-y se las escribí-, y ella me preguntaba muchas cosas para que se las tradujera y no se cortaba un pelo. ¿Qué ha de ser una timidez cuando lo mejor es pasarlo bien y crecer como mujer? ...

Lotta se despidió de mí en Barcelona-Sants. Dos horas más tarde, ella tomaría otro tren destino París. Juventud, divino tesoro. Un/una joven no ha de cansarse nunca. El tiempo en juventud, es más largo. Se zampó un plátano que lleva potasio, y luego cual vital Bugs Bunny dio buena cuenta de unas zanahorias crudas y naturales.

Lotta me dijo que le gusta la bici, que España es bonita y sexy, su pelo es rizadamente holandés y muy largo, ni una sola palabra de su estado civil, se entusiasmó viendo desde el cristal del tren las mágicas playas de Tarragona, y mostró rechazo por el clima de su Holanda, y pronunció con las dos correctas jotas sonoras el apellido del mágico pintor Van Gogh. Yo aprendí una micra de holandés. No te acostarás sin saber una cosa más. Lotta y yo, seguimos siendo jóvenes como podría deducir quien nos viera.


Barcelona. ¡Oh, Barcelona! La palabra oveja, fue la primera cosa que pasó por mis ocurrencias cuando por primera vez yo pateaba la Ciudad Condal. Eran turistas jóvenes en muchedumbre y tropel, caminando a poco menos de cinco minutos el kilómetro, y con la mejor de sus sonrisas y juventud, invadiendo el largo y ancho de las aceras de las Ramblas. Debió ser en mí, los restos del efecto Lotta la holandesa. Llegué a mi modesto hostal, me atendió un andino con un fuerte y atento acento de su tierra natal, y con un márketing simpático que debe pulir porque así me dará constantemente la palabra: gracias. Un día podría rascarse una uña y escapársele de nuevo dicha palabra de agradecimiento. Sin venir a cuento. Quiso agradar.

Subí a la habitación. Hacía frío y humedad mediterránea cercana, pero yo me lancé sobre la cama, me puse a hacer el chorra con el móvil, escuché el transistor, comencé a relajarme y me puse bastante bien. El estrés en el camino del tren al metro, siempre es para mí demoledor. Pero tenía la experiencia de Madrid-Chamartín, y cuando una cosa ya la conoces te sientes mejor y la pasas a la inevitable idea de normalidad. Tras el descanso, bajé a la calle. Ya era hora de comer.

Barcelona, no es Madrid. Esto es tan hermoso como descubrir mundo, viviéndolo. Los turistas son igual de legión, pero yo los noto menos. Y tiene su explicación. Barcelona aún tiene barrios. Sí. Barcelona son barrios acotados y con raíz. Las Ramblas son una brújula orientativa para novatos, y la americanización de España se distribuye de la misma forma pero con estéticas bastante encontradas. En Barcelona puedes perderte por barrios impensados, y en Madrid te perderás tú mismo, dado que todas las calles son la misma muchedumbre son grandes distinciones en sus distritos. El catalán que tiene pasta, convierte las afueras en ranchos burgueses de poder y no te enteras ni lo parece, mientras que el madrileño quiere sal sin inhibiciones cuando está forrado y lo puede todo. El castellano, prefiere la exhibición al misterio del glamour. O, sencillamente, es otro pretendido glamour deseado. Se molan ambos dos.


Partir de cero. Esta bien para un novato al que la aventura le gana, lo que es mi caso. Encuentro en seguida en el Barrio Gótico a la gente pobre que sufre. Me gusta pasar estas experiencias, aunque me insistan machaconamente con lo de la inseguridad. Es una obviedad. La pobreza e inseguridad intrínseca y extrínseca. Drogas, juguetes rotos, argentinos eternos y decepcionados, Barrio chino y latino, Menottis de medio pelo, y rockeros de autolucha tóxica. Vulnerabilidad, violencia, desobediencia, y mucha mucha policía. La pobreza es incidencia con lecheras policiales activas y sin mayores sorpresas.

El Raval es el islam, y un mundo árabe trabajador y hasta tristón. Cataluña acoge a los sin tierra, a los sin derechos, a los niños sin juguetes, y al apasionante y enamoradamente social mundo de la supervivencia. El Raval es mucho más fascinante, que un galardonado desierto almeriense de películas spaguetti/western. Porque la gente es presente y es vida cotidiana, y nunca nostalgia ni babeos. El Raval es un reto para todo demócrata, y un infierno para un conservador redomado.

Del Raval a las Ramblas, hay un paso. Todo es carísimo. El mundo es carísimo. Las desigualdades son equibrutales en Madrid y en Barcelona. Hay que seguir integrando, comprendiendo, teniendo paciencia, ser optimista, y ver que en el fondo los moritos y los burócratas de Bruselas quieren exactamente lo mismo: ser felices. ¡Sin duda!

Se suavizan las cosas cuando llegas a la Avenida del Paralelo, y parece que empieza la engañosa clase media. No se ve tanto peligro, los teatros se llenan de colas interminables. No me gustan las colas que invaden con indiferencia las aceras de una bella Avenida. Hay que considerar más.

Visito la casa natal de mi madre y mi tío,-se llama el barrio de Poble Sec-, las calles Fontrodona y Tapioles, rúas empinadas, me gana la emoción y homenajeo a mis ancestros. Sé que he hecho bien y que siempre lo merecieron. Nunca estuve ahí, ya ha sido la primera vez. He sacado poca información acerca de aquel tiempo de los años anteriores y posteriores a la Guerra Civil, y me lanzo más tarde a buscar la Iglesia de Santa Madrona. Está cerrada. No se información. Es una Santa que ha bajado a Segunda y hay nostalgia en el mossén que hará la misa antes de las siete. Como en Madrid, en Barcelona como informadores de calles, nada mejor ni más eficaz que las chicas latinas. Porque les pasa y les pasó lo mismo. Y por eso me atienden y complacen en su afán solidario y ubicativo.

Me entretengo por el metro, antes de volver a Santa Madrona. Y me lío entre el acceso al funicular, y el funicular de Montjuic, que ese sí que te lleva realmente al monte y al Castillo, salvo que las piernas como en mi caso, empiecen a pedirle stop. Son muchas horas. Todo empezó antes de las siete de la mañana, y son las cinco y media de la tarde.

Ir en funicular, es balbucear y reflexionar. No somos nada. Se ve Barcelona desde arriba, pero como se joda un cable no hay un 112 que haga milagros y te vas al adiós. Hay por cierto un bamboleo comercial. Los niños deben reír, y acojonarse un poco. Es la diversión, amigo. Es la diversión ...

En el interior del metro que lleva al verdadero funicular, se aposta un hombre búlgaro que toca un acordeón entre potente y romántico. Parece un inocentón de la alegría. Pero todo apunta a que está ahí, porque no encuentra el rumbo que a él le gustaría. Y de repente el vagón se llena de negritas de los Estados Unidos y con unas pestañas larguísimas. Eso sí que es el tiempo actual y la Tyler Swit, y lo demás son cuentos.

Y hablando de morenos, me meto en una cafetería y pido un poleo para así poder hacer mis necesidades, las cuales ya no aguantan más demora. Lo de menos es la infusión. Cuando excretas, tu cuerpo se calma y revitaliza. Y de repente veo a un hombre de color y fortísimo, que acarrea en el bareto, cajas y más cajas de botellas de bebidas refrescantes y de todo tipo. No he visto en todo el día, unos músculos tan espectaculares. ¡Qué espaldas! Os aseguro que el Schwarzenegger de California alucinaría en colores. Eso es un hombre. Una máquina muscular y con sonrisa de bonachón.

Obedezco a mis piernas, y tiro la toalla. Vuelvo del Poble Sec y el Paralelo, al eje de las Ramblas, acarreo comida en fruterías de pakistaníes, y me subo al Hostal. El encargado, nada me dice respecto a la comida. ¡Eureka! Comeré tranquilamente en el interior de mi habitación y todo se llamará intimidad. Me relajo, y me pongo a escribir. Aunque estoy molido, lo paso realmente bien. Hasta que mis hombros se contraen, y mi cuerpo me pide cama. Casi mejor hoy dormir en solitario. ¡Mañana, será otro día! ...



PARTE SEGUNDA. 


Las euforias, se pagan. Sobre todo, cuando el glucógeno muscular es superado por el ácido láctico, y por mis rodillas lesas y con hierros artificiales. Ser joven mentalmente es fácil. Las recuperaciones físicas después de un dormir bien, parecen positivas. Pero lo de esta aventura se llama andar y mucho; constantemente. Y ahí, te quedas marcadete.

Volvi a las Ramblas. A Turistolandia Condal. Todo el mundo haciendo colas masivas para así dirigirse a los mismos lugares. Los que dice el mapa y el arte. Los que te pone que debes saber. Los sitios básicos. Los de hacer fotos constantemente y rodeados por orientales y orientalas, y los del mundo de hoy del selfi y de la imagen. No le demos más vueltas, que el que más y el que menos, sabe cómo funciona esta nuestra sociedad de consumo. Sermones, ¡los justos! ...

Son tolerantes en mi Hostal. Lo dije antes. Me malconsienten las cosas. Me dejan subir la comida a la habitación, y no me dicen nada. Está el aforo completo. Son todos parejas y amiguetes. Los jóvenes se desarrollan turisteando y haciendo vida. Crecen y se constipan, se van de birras hasta las tantas, y cuando ellos regresan, yo me despierto y levanto con las primeras horas del día. Horarios antípodas, y motivaciones con similitud. Demostrable. ¿Comunicación entre ellos y todos los demás del Hostal? La de siempre. La mejor y más recomendable entre extraños protocompetidores: ¡ninguna! ...

Ahí abajo, me espera el Mercado de la Boquería, flanqueado por el islam. Hay muchísimos árabes en esta zona del Raval. Sería apasionante que nos contaran sus vidas y sus sueños. Me los imagino impotentes viendo la golfa masacre en Gaza, y su contención y llantos interiores. Pero, insisto, en que detrás de cada árabe del Barrio Gótico debe haber un guión de Oscar con un denominador común: el dolor interior y las carencias infantiles. En última instancia, la constatación de que hay un capitalismo intercultural que nunca integra. Por éso, los Mossos de Escuadra están ojo avizor desde las primeras horas y desde los primeros movimientos, y con una suprema consigna: ¡salvad a ese turista masivo que traerá divisas ...

Empiezo a mosquearme. Y éso, que el nuevo hombre de recepción del hostal, es todavía más correcto y tolerantemente expresivo que el anterior. Es como si se lo pasara bomba ayudándonos en nuestra estancia en el lugar. Yo creo que este hombre nunca terminará de entender lo que es un hostal. Porque en su tierra andina, el turismo es ateísmo. Y se debe sentir como un generoso padrazo y bedel de instituto, con la idea de proteger a sus chic@s. Y me temo que él no ha pisado nunca un instituto. Pero a veces, la verdad no la lleva el cargo, sino ese misterio interior personal que nunca sabremos. Que por eso es misterio. ¡Joder! ...

Camino de la Rambla de Plaza Cataluña. ¡Mierda! Esto suena a bambolla en el pie, de la paliza que me metí ayer. No sé dosificar. Soy pasional. O lo doy todo, o no soy yo. Menos mal que tengo poco. Me desvío hacia la Catedral de Barcelona, pero eso está overbooking. Y cuandp me dicen que vaya a un lugar contiguo  adquirir un ticket y me espere, entonces el ácido láctico de mis muslos parece activar mi cansancio, y potenciar mi incipiente bambolla del pie. Y con todo dolor de corazón y astucias, decido volver a la Rambla, y tirar hacia adelante. La Plaza de Cataluña es un emblema circular y catalanista. Es un icono innegociable. Una magia catalana que se lleva en el orgullo y en el corazón. Pero para mí, solo puede ser una Plaza más, porque estoy enfadado. Mis piernas llevan diciéndome no hace ya más de una hora. De modo, que decido reflexionar y sacar de mi bolsillo treinta y cinco euros más. Subiré al Bus Turìstic porque una tal Mireia, me dice que puedo estar ahí arriba totalmente sentado todo el día y con los auriculares puestos viendo la ciudad. Y así mis piernas podrán descansar, me digo a mi mismo con una sensación agridulce. ¡Al carajo las fotos y el descubrimiento de las callejuelas estrechas que tanto me gustan a mí. Pero no se acabará el mundo, ¡coño! ...

Estoy agotado. Es bueno para pensar. Sobre todo, para pensar en soluciones. Pero, sí. Se puede reflexionar hecho una mierda. Si se tiene serenidad y buena convicción, ¡sí se puede! Claro que se puede. Aunque joda, se puede.

Me pregunto por qué he hecho esta escapadita de finde con mis piernas así, pero hallo respuestas más que favorables. Mi cuerpo quedo, está descansando. Mi vista, se entretiene sobre el mapa que me han dado en la oficina de turismo. Es como un crucigrama o pasatiempo. Un algo. Y me sigo preguntando qué pasa aquí. No es fácil acertar a la primera o al principio. Debe transcurrir un cierto tiempo para poder hacer una acertada meditación. Reflexiono.

¿Ha sido demasiado hermoso dejar Valencia por unas horas? Me dejo llevar. ¿Esto no es también vida? Lo es. El inconveniente, también es vida. Buena vida. Vida razonable y más patrimonio personal. A veces los sueños pueden ser incompletos, pero no dejan de ser sueños. No es el gran Apocalipsis de San Juan ni el fin de las cosas. Ésto, sigue. La mente, busca y continúa. Necesitaba conocer mundo. ¿A esta edad? Sí, coño. ¡A esta edad! ¿Qué pasa? ...

Lucho conmigo mismo en cuestión de ideas. Es natural. Y como no puedo estar quieto, decido que la vida está para tomar decisiones y ya. ¿No había acaso una mujer que chatea, y que vive o dice vivir en Barcelona y muy cerca de la Estación de Sants? ¡Hayla! ...

Y en pleno recorrido turístico, tomo su teléfono y le marco el número. Isabel, se pone. Yo, pienso si será la misma que en el chat, o si es meramente una pose. Podría ser una buena ocasión y hoy, de descubrir todo eso. Porque a mí, lo que más me interesa siempre, es el paisaje humano. Las personas y sus diferencias.

- "¿Isabel? ..."

- ¿Sí? ..."

- "Soy Jose. El del chat ..."

- "¿Y? ..."

- "¡Que estoy en tu ciudad, Isabel! ..."

- "¿En dónde estás? ..."

Para mí, todas las conversaciones por chat que preceden a la primera quedada presencial, son mentira. Puedes intuir cosas, pero nunca puede haber certificación. Ni la voz aclara nada. La inteligencia digital nunca podrá con un perfume a Lavanda.

Isabel me ve, y cuando acerco mi cara hacia ella para darle dos besos corteses en las mejillas, ella ha sentenciado varios estigmas acerca de mí. Soy calvo, debía esperar o imaginarme como a un tipo encorbatado o con ropa cara, y no ha tenido contención para mostrar su cobra de desagrado. Ella y yo somos bastante distintos. Se ve.

Isabel tiene mucho dinero y yo tengo poco dinero. Y la presión de las clases sociales sigue ahí y tira fuerte. La mujer no quiere envejecer aunque lo niegue mil veces, pero prefiere no comer mucho para así no engordar. Hoy he desayunado poco, y a pesar del bamboleo pensado del Bus Turístic, yo tenía mucha hambre. Me comía lo que fuera, y ella apenas podía con verduritas cuando entramos en un curioso bar de gallegos que ella conocía bien. Me lo confesó.

Esta mujer parece pertenecer a una burguesía catalana, en cuya familia todo ha salido bien y todos lo han hecho fetén, salvo su ex que ya murió. Me sorprende cierta actitud vital que oraliza, afirmando que no traga a esas mujeres de su edad, que parecen estar buscando a hombres y a la desesperada hasta debajo de las piedras.

Isabel me dice que élla, no. Que, se ha hecho mayor y que ya está. Que los hombres los quiere para todo lo amigos educados y respetuosos que hayan de ser, pero que algo más nada de nada. Se envuelve, en mi opinión, en sus autonegaciones del deseo y de las ganas de complacer a sus hijos, nietos y demás familia, que parece preferir la castración de su libertad. Y se defiende, bien. No le hables de sexo educado, o te podrá decir que quizá para eso pueda tener en su cuarto juguetes femeninos de placer, pero aguantar a un tío, nada de nada. ¡No! ...

Mi diagnóstico especulativo sobre ella es, que envidia a las mujeres que sí buscan tíos de debajo de las piedras. Porque el deseo es mucho más natural que su actitud. La respeto y acepto discrepante su discurso, pero mantengo que la vejez está en el cerebro y no en las partes.

Como buena burguesa, no trata bien al camarero, y trata de mostrarse superior a él. Supongo que el poder es éso. Si tienes mucho dinero, deberás demostrarlo con actitudes escasa o nulamente éticas para poder afirmar sin el más mínimo envaramiento, que ella manda independiente en su vida holgada, que ama a sus gatos con locura, que es hiperactiva en todo menos con los hombres, y que está deseando que acabe la comida para largarse a su casa. Y me malicio que para borrarme de su apuesta de cercanos. Quizá estoy demasiado vivo y peligroso para ella, y se defiende abreviando que es gerundio. Vanidad sería, si yo afirmase que sabía de antemano lo que iba a pasar cuando la conociera en persona. La palabra es: nada. Nada excesivamente consistente me deparó el discurso de esta mujer. Fui segundo plato para ella desde el minuto uno. Despedida, y saludos. Que tenga mucha salud en su vida. Pero, un poco lejos de mí ...

He descubierto la reflexión que se siente cuando uno tiene las piernas cansadas pero el corazón fuerte: que me siento libre ahora caminando sin rumbo demasiado fijo por las calles barcelonesas. Y me detengo ante la antigua Cárcel, lugar en el que fue matado a garrote vil, Salvador Puig Antic. Por apostar por ser libre y digno. ¡Por bravo! ...

Unos graffitis acertados, decoran las paredes de aquella terrible ex prisión. Ahora parece ser un colegio. Siempre será ternura y memoria histórica. No es sano olvidar.


Llego de vuelta más que extenuado al Mercado de la Boquería. Le compro a una mujer, medio kilogramo de higos pajareros. Una nueva mujer andina, trabajando y con garbo y decisión. Mi porte es apocado, pero mis palabras son contundentes. Estoy cansado, y quiero que me despache pronto para ir a descansar de una vez.

La decidida y brava vendedora andina, se sorprende gratamente ante mi cara soleada de cansancio y resolución a un tiempo, y me da charleta y conversación. Me vengo arriba porque soy español, y porque lo que compro será un regalo para unos buenos amigos.

Me dice la vendedora y con razón, que yo he estado esta mañana en el puesto, yle he preguntado por el precio del kilogramo de los higos pajareros, y que yo venía de Valencia.

Memoriona andina. Igual son los higos o las pasas que vende y consumirá, junto a todos sus demás productos de frutos secos que propone y que llenan su parada.

Yo, le digo que es una mujer con gran memoria, y que he cumplido mi afirmación mañanera de que volvería, a lo que ella vuelve a responder que yo debo tener más años de los que pueda aparentar, porque he sufrido. Y yo le respondo que ella no tiene la apariencia de ir a cumplir los setenta años que dice haber completado la semana anterior.

La vendedora vuelve a replicar. Y yo soy intuitivo y hasta chamánico, porque no deseo seguir de charleta dado que no puedo con mi alma. Ella, me desea una y otra vez, lo mejor. Y yo ya no sé qué hacer para sacármela de en medio. A su lado, una joven muchacha con aspecto de catalana, sonríe con atractivo y glamour, y hasta con pudor de chica guapa que aún debe crecer. ¡La juventud también es belleza y actualidad!


Ha sido un día fundamentalmente reflexivo y atractivo. Intimista, y de viaje hacia y en torno a uno mismo. Un día que te enseña mucho. Un día que te hace fuerte y te solidifica más el alma. He conquistado cosas. Ya sé venir sin preguntar a nadie, desde la Avenida del Paralelo hasta el Mercado de la Boquería. Empiezo a conocer un cacho cachito de Barcelona. Quien afirme que no tengo ni pajolera idea de la ciudad ni de sus calles, no podrá estar diciendo toda la verdad. Aunque argumente con fuerza, yo sigo creciendo convencido.



PARTE TERCERA.


Tercer en día en Barcelona. Piernas al borde del acalambramiento. Irse de aquí sin acercarse a la Sagrada Familia, es bastante absurdo. Y luego me pueden preguntar los amigos, y si les digo que no he ido, puede aparecer la sorpresa en sus rostros. Positividad y corrección. Iré. Y miro mi cartera, tomo un taxi y para allá que me voy.

La Arquitectura, Gaudí, la pintura y tal. Sí. Son artes extraordinarias. Pero no son las artes que más que gustan. Se trate del gran Gaudí o del fotógrafo del pincel Sorolla. No es lo mío.

Descubrí que quería quedar bien, yendo al gran Santuario gauditense. Me autoimpuse presión social para ir. El taxista no parecía catalán. Luego, os contaré lo que es la libertad. El taxista que me llevaba a la Sagrada Familia, no parecía catalán. Pero sí de costumbres. Era afable y práctico. Le utilicé y le pregunté mil cosas en quince segundos. Y puso en marcha su Maps, y me iba diciendo todo. Hasta, que en el Bario Gótico,-que antes fue el Barrio Chino-, la inseguridad viene porque los alquileres están baratos, y entonces muchos árabes se juntan y le pagan entre todos al casero. Me dijo que allí había hasta narcopisos. A mí lo que me parece esto es que se ve que el Ayuntamiento no tiene apenas recursos para integrar a estos magrebíes. Y sus vidas caminan entre la precariedad, el rezo, la tristeza, la paciencia, y a veces los bolsillos de los turistas. Como yo.

Más Andes. Honduras. Enfrente de la Sagrada Familia, había una fiesta bien vistosa de hondureños, en donde las mujeres agitaban femeninamente sus faldas típicas con orgullo y arrobo. Muchas fotos de móvil de turistas y mucho contagio alegre. Honduras tiene derecho a descansar. Era domingo. El momento ideal para disfrutar del papacito sol. También tienen todo el derecho del mundo a disfrutar y reivindicarse. ¡Enhorabuena!

Sí. Llego a la Sagrada Familia. Había miradas retadoras y competitivas en las colas que rodeaban por completo el edificio emblemático. Ni siquiera te dejaban pasar a verlo por afuera. Me lo advirtieron los seguratas que blindaban el acceso a las verjas. Y me dijeron que me sacara un ticket por internet. Me había ese día una persona física humana a la que dirigirse. Son tiempos de la revolución digital. ¡Jódete! No tengo ni idea de lo digital, porque eso lleva parejo, dinero. Y yo de éso, tengo demasiado poco. Y me fui de allí.

Iba a ver por dónde se iba al Camp Nou del FC Barcelona que es mi equipo, pero ya el taxista me había advertido que solo estaban hechas algunas gradas inferiores, y pensé que para ver una cosa incompleta y en obras, era mejor tener otro recuerdo mental. Y en ese momento tuve una buena o prometedora idea. Un deseo: ir al Jardín Botánico de Barcelona. ¿Cómo se hace éso? ...

Efectivamente, me dejé llevar por la idea de libertad. Me gustan las plantas. En mi casa de Valencia tengo al Jardín Botánico al lado, y lo visito con frecuencia. Para mí, las plantas son la vida. Y volviendo a la libertad, no dudé. Alguien me dijo que se tomaban dos líneas del metro, y desde ahí y con un bus te llevaba al Jardín Botánico.

Obedecí, pero estando en el metro me fui de la lengua y pregunté en qué parada había que bajarse para tomar el bus. En la parada del Arco del Triunfo. Hice caso y me bajé ahí. Antes de salir de la boca del metro, pregunté al personal del sub urbano. No tenían ni idea. Eran jóvenes. Peligro. Los jóvenes ya pertenecen a un mundo distinto. No me aclararon nada, y yo salí nada convencido de estar bien ubicado. Y en uno de los banquitos de por allí, había un hombre veterano, el cual ante mis preguntas, concluyó: - "Es fácil. Todo recto por ahí a la izquierda, y ya se ve el Jardín Botánico ..."

Le di las gracias al hombre, pero cuando llegué a donde me dijo, allí lo que ponía era: "Bienvenidos al Parque de la Ciudadela". Allí habían bafles de música y mucha animación. El recinto era enorme. La gente paseaba con regocijo. Les vi felices. Pero yo seguía con mi obsesión: "¡Ya me han jodido! ¡Que esto no es el Jardín Botánico! ¡Coño! ... Y tras pensar esto, vi unos pequeños invernaderos. Y al lado, una caseta de información. Me dirigí a los chicos de Parques y Jardines. Dado su oficio, deberían conocerlo todo. Pero me encontré de nuevo con el choque cultural. Estuve veinte minutos esperando a que una parejita de empleados del Parque me hiciera una croquis de qué se podía hacer para ir a mi deseado Jardín Botánico barcelonés. Anotaban, y venga a anotar. Pero nunca perdían de vista a su dios ordenador. Y de vez en cuando me lo mostraban ladeándolo hacia mí para que yo lo viera. Y a mí me importaba un solemne pito todo lo que me decían y me escribían en el papel. En lo único que pensaba era en que mis piernas apenas me tenían en pie, que para llegar al Jardín había que ir hacia la Montaña de Montjuic, que podía hacerse demasiado tarde, y que pronto sería el momento de volver a la Estación de Sants camino de mi Valencia. 

Les seguí la corriente a los chicos informativos, burlón por adentro. Aún conservo el papel informativo que me dieron. Esas cosas no se tiran. Hubo muy buena voluntad. Pero, ¿en dónde estaría una nueva y cercana estación de metro? Me lo preguntaban afanosa y continuamente mis piernas. Oiga, preguntar es perder el tiempo. ¿A gente de cualquier edad? Mi consejo es que nunca preguntéis nada a nadie salvo que se trate de una emergencia. Os aseguro que no preguntar en 2024, es mucho mejor. Hay que aceptar a la sociedad. y finalmente localicé de suerte una boca de metro, y vi que al lado había un bar de chinos. ¡Osti, cosa barata! ¡Aprovechemos! ¡Santos chinos! ... Y entre en el local. No había nadie. A mí no me gusta comer en las terrazas de afuera. Bien es cierto que tampoco había nadie en las terrazas exteriores. Salvo una rubia madura en espléndida primavera física. Un portento de mujer, tomándose una cerveza con unos amigos. Y nadie más. El solecillo era precioso y mantenía suave la temperatura. Ideal. Y en ese momento me sentí fuerte.

No tenía ni repajolera idea de en qué lugar de Barcelona estaba, pero esa circunstancia me llenaba de agrado y placer pleno. Disfrutar perdido. Es algo con que la vida me premia. La confianza en mi civilización. Cuando no pasa nada. Cuando el peligro descansa. Todo relajado estaba. Confiado. Libre. ¿Existe el miedo? ¡No! Y si existe, aquella tarde no lo conocí. Se debía haber ido. Y lo que pasaba es que yo estaba disfrutando desinhibido, plenamente de mi libertad. ¡Qué gustazo! ...


Las grandes Estaciones de trenes, suelen ser un caos. La masa turística no puede evitar abarrotar los trenes y lo que haga falta. Es como si hubieras vuelto al neonomadismo. Lo comprendo. También me pasa a mí. Necesitaba de nuevo esta experiencia. No pensé en mis piernas. Tampoco son las de Sharon Stone. Son el producto del acontecer de un tiempo excesivo, desafortunado y pretérito. Ahora era el momento de intentar descansar en el tren de vuelta. ¡Más de tres horas sin moverme! Duro y necesario. Justo.

Esta vez, mi compañero de asiento no fue Lotta la holandesa simpática y atractiva de la ida. Sino un tipo joven todavía, y fuertote, que le decía a unos amigotes que era casado y tal. Olía a hombre. Tenía un olor potente, casi penetrante. Un tipo aparentemente con pocos estudios, con mucho vivir, y con destacada singularidad. Me cayó gordo desde el primer momento. No cruzamos en todo el trayecto ni una sola palabra y pocas miradas. Llamó a alguien por teléfono y charlaban sobre proyectos laborales. El hombre hablaba fuerte y seguro. Como el que ya está de vuelta de todo a pesar de su todavía juventud. Parecía una suerte de sabelotodo vital. Alardeaba. Su cuerpo era fuerte y ancho. Competitivo. Me apretaba sin querer con su brazo, pero no parecía importarle, porque lo que seguramente deseaba era estar cómodo.

Le noté pelín machista en su porte. Un tío, que seguro no sería favorable a la corriente feminista. Ya me entendéis. Era un tío, muy parecido al significado coloquial de dicha palabra. Pelos de antes, y criado en los juegos digitales de las consolas. Este hombre, decidido y fortachón, no iba a aguantar así como así de estatismo las tres horas y pico en el tren. ¡Ni hablar!

Sacó un enorme cargador y lo conectó a un PC, sin dejar de mirar a su móvil. Sería y era para no quedarse sin batería ni ordenador. Veía las noticias de la tele. Eso es el futuro llamado presente. Puso una emisora muy conservadora, y en seguida la quitó. Porque lo que hizo todo el rato, además de estar con el móvil, fue jugar a los videojuegos durante más de dos horas y sin parar. Disfrutaba como un niño con todo aquello. Me sorprendió cómo los hombres que hablan de semillas creo que transgénicas, gozan tanto con los videojuegos. Estaba enviciado entre la economía, el trabajo, el dinero, la posición social, la seguridad en sí mismo, y el mundo virtual. Quiere ser hijo de la postverdad y lo va logrando. Me pareció que le aterrarían las dudas y la incertidumbre. Y de vez en cuando, y con modales toscos y enérgicos, asía una gran botella de agua con sus hipermusculados brazos de gimnasio, y con brusquedad se metía un tragazo. Hasta que finalmente avisaron por megafonía que llegábamos a Valencia. Que este hombre sea muy feliz con sus semillas, con su mujer, con sus videojuegos, y etcétera y etcétera. Pero si no lo veo nunca más, es seguro que nunca notaré su ausencia.


Ya en Valencia, vi que en mi calle cortada por Fallas, habían colocado otra carpa anexa, enfrente mismo de mi portal. Todos iban a cenar o estaban ya cenando. No me gustó esa otra libertad. Porque no respeta tanto como otras. Me enfadé y pensé que esa noche el bullicio y los petardos no me permitirían pegar ojo. Pero el agotamiento es muy sabio y poderoso. Me quedé frito en seguida, y no me he enterado de nada en toda la noche. Sé que es maravilloso.


- EN EL FONDO, TODO LO ES! ...-





 

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