Dominic Thiem no podía sospechar lo que le iba a pasar en el tercer set de la final del Garros 2019 ante el extraterrestre Rafa Nadal. Había hecho un sensacional primer set aunque lo perdiera, y un segundo set de buen nivel que acababa de ganar.
Y, en seguida, sin pensarlo ni imaginarlo, al austríaco le vino un sunami descorazonador. ¡No! No se puede ganar Roland Garros cometiendo en ese tercer set fallos de bulto ante Rafa. Porque si se baja demasiado, le Roi de París te gana. Y si te gana ese decisivo tercer set sin que la huelas, entonces la cabeza y las emociones se te hunden y ya eres un cadáver en las fauces definitivas del manacorí genial. Que fue lo que sucedió.
Cachazas, frío, concentrado, con kriptonita en la cabeza, un astro llamado Nadal ni se inmutó cuando las vio complicadas, y entonces por todo lo contrario volvió a sacar su gen y su leyenda de gran devastador.
Tranquilo en su Philippe-Chatrier, sereno, elegante, agresivo, pegador y talentoso en el saque y en la volea. Rapidísimo, matador, siempre más que metido en el partido, se lanzó a por todas en ese nadalesco tercer set. Se la jugó y correteó buscando todas las pelotas, alargó alegre y feliz sus brazos, se puso de frente y hacia adelante, y el saque nunca le falló. ¿Quién puede ganar así a Rafa?, ¿alguien puede saberlo? ...
Novak Djokovic estuvo demasiado protestón en el Garros. Demasiado y tontamente enfadado. Impropio su comportamiento siendo número 1. Ganó insultantemente al principio a todos sus rivales, pero en semifinales con el joven y educado Thiem perdió los papeles y se autohundió a sí mismo. El tenis exige tener una cabeza de acero, y eso desgasta profundamente, te desconcentra y te jode vivo. Y no te deja ser todo tú.
Fue exactamente lo mismo que le pasó a Thiem en ese brutal tercer set de Tarzán Nadal. Y si se me apura, también en el postrero cuarto y definitivo set. Cuando te cascan 6-1 en un arriesgadísimo set de un Grand Slam, has de aguardar tu nueva oportunidad y esconder en una caja b los nervios de la cancha. No lo logró el austríaco,-el cual es sin duda el mejor relevo de Rafa en la arcilla-, y su cara se crispó y ya no fue él.
Rafa, tranquilón, frío, sin miedo, dando ejemplo a los jóvenes, luchando, sin prisa, comenzó a construír el entierro decorativo de su rival. Concentrado como un robot inteligente, sin miramientos, sumando puntos, resistiendo como un marathoniano, y convencido plenamente en que sus posibilidades estaban intactas y al alcance de su raqueta mágica.
Decir que Supermán Nadal ha ganado éste,-su duodécimo Roland Garros y sin despeinarse-, parece una chulada vanidosa. Pero es que ha hecho todo lo lógico que debía hacer. Es difícil construír tanta seguridad en uno mismo. Confianza ciega la del puto amo. ¿Capítulo de piropos? Todos los que se digan habrán de estar bien acertados.
Los jóvenes siguen sin asustar a los grandes carrozas, y no se ha visto ni a Zverev ni a Tsitsipas, y a Rafa solo le ha visto algo el pelo el fenomenal Thiem. Hay que seguir teniendo paciencia con los relevos.
Lo de Rafa Nadal, se dice pronto. Treinta y tres años recién cumplidos sin rivales en la tierra batida, y con la ilusión de que su vida en el Olimpo se prolongue en Wimbledon o en la superficie dura si es que su rodilla dice que sí y que bien.
Parece que el máximo rival del futuro de Rafa es el propio Rafa. Y ahora pido que se me permita loar al mejor deportista español de todos los tiempos. Más que Induráin o el que queráis. Nunca ha visto a un bicho así y con tanta hambre de ganar, y ganar, y ganar, y de seguir ganando. Es su misterio. Ganará y será un tiburón mientras siga ilusionado, y esperemos por el bien del Tenis que dure mucho todavía.
¡MERCI BEAUCOUP, MONSIEUR NADAL!
0 comentarios:
Publicar un comentario