Solo siento dolor. No tengo libertad. Me duele hasta cuando debo esbozar una sonrisa. La vida es muy perra a veces. Insoportable. No puede moverme, ni hablar, no sé ni cómo pueden oírme porque me falla todo. ¿Qué es la libertad? Y, ¿la dignidad? ...
A veces salen casos como el mío por la tele. Y hay polémicas, y unos dicen que la eutanasia es un asesinato, y otros que quienes la efectúan solo son héroes valientes y amorosos. Yo os digo que a mí toda esa polémica me la trae al fresco. ¿Para qué estas cosas? ...
Me llamo Eulalia, creo ... Es lo único que puedo tener de alguna certeza. Y casi no me acuerdo de si mi marido que es el único que me cuida, se llama Ramón, o Absalón, o Toño. Ni idea. No me acuerdo nunca. De lo que sé es de lo que sufre. Ha renunciado a todo. Vive por mí y para mí. Y nunca está conforme con nada. Y tenía una maravillosa sonrisa dulce y optimista, y energía avasalladora, rutilante y hasta juvenil. Lo tenía todo hasta que me pasó lo que me pasó, y me convertí en un dependiente vegetal.
Absalón,o Ramón,-disculpad que no me acuerde nunca-, no era así. Quizás por eso me enamoré de él. No paraba. Trabajaba como una bestia, pero no le andaba yo a la zaga. Lo que pasa es que yo era ama de casa y no cotizaba a la seguridad social. Mi pensión es una broma. Por cierto, ¿cómo eran los besos de mi marido?, ¿cómo era sus caricias y su sexualidad conmigo?, ¿cómo era su felicidad?, ¿cómo era la mía?, ¿cómo es la de todos los amigos? ...
No tuvimos hijos. Da igual. Yo ya no recuerdo nada. Soy una cosa que se ha cansado de ser sincera con el hombre de mi vida,-Ramón creo que se llama- ...
Hemos hablado mucho y al principio castrábamos nuestros reales sentires. Pero mi enfermedad fue avanzando. Como mi provecta edad. Llegaron todos los terribles veredictos. Las duras decisiones de la vida. Las facultades se hicieron añicos. Y un día los médicos ya no pudieron andar con ambages. Mi enfermedad no tiene cura y solo definitiva progresividad. Un deshaucio médico palmario. Un nada que hacer como la Catedral de León,o como que dos y dos solo pueden ser cuatro.
Absalón,-quizás es Toño o Ramón-, negó siempre la mayor. ¡Que no y que no! Que no me preocupara porque él siempre estaría a mi lado. Pero mi cuerpo y mi mente se iban en el estar y sin miramientos. Yo, lloraba angustiada por los dos, los primeros tiempos de este raro infierno.
La segunda parte del partido es todavía peor. Yo no lloro por mí. Por quien lloro es por Absalón. No quiero que nos muramos los dos a un tiempo porque no quiero ser una egoísta. Ahora solo quiero dejarle llorar en libertad. Quiero y merece ser libre. Y que me llore a mares lo que quiera, pero que haga su duelo sin culpa alguna.
- "¡Acaba ya de una vez, Absalón!" ...
- "¿Qué coño? ¡Soy Ramón! ¡Y que no te vuelva a oír ya más esa barbaridad! ¡Y tengo la ley encima, Eulalia! ¡¡Me cago en la puta!! ¡¡No me hagas llorar más!! ..."
Llora mucho mi amor. Yo, le veo. Y me siento absolutamente culpable. Pero llega un momento en el que el dolor es un alud imparable y entonces todo lo moralista carece de carne y de sangre. Y se impone la dignidad. Quiero descansar ya. Y que descanse Ramón,-o Absalón o Toño-, o como se llame mi amor eterno. Que viva.
Ahora lo legal es menor. Aunque la ley esté encima de nosotros dos, me es indiferente. Yo le digo a Absalón que no le harán nada de cárcel y que siempre le recordarán con la abnegación y el cariño que siempre me tiene.
- "¡Ponme esa inyección, cariño! ¡Es indolora, hombre! ..."
Absalón ahora ya no dice nada. Hace su rutina diaria. Su espanto diario. Yo le ruego al destino que mi chico tome una decisión y que me libere. Y puestos a pedir, que se legalice de una vez la muerte digna.
-Y SIENTO HABLAROS ASÍ-
0 comentarios:
Publicar un comentario