sábado, 27 de enero de 2018

- OPORTUNISTA -



Se notaba en persona que su currículum laboral no podía mentir. Había trabajado muchos años en una multinacional. Iba de coqueta y de chica eterna en la presentación de su libro nuevo de poemas orientales. Ya no hará sesenta años, pero es igual.
Es bonita, juvenil, sabe estar como nadie, más que vivida, bien casada, ocurrente, muy cómoda entre sus admiradores y hasta sus pelotas, callada inicialmente; discreto florero que luego mutaría en ciclón definitivo de las pequeñas cosas del Japón y del orientalismo. Sus poesías orientalistas, breves, seguras, penetrantes y musicales.
Confesó que de joven se aburría en su despacho de la multinacional, y pensaba que eso de secretaria eterna estaba empezando a cansarla un poco, y que debía hacer reestructuraciones en su vida.
Se casó, tuvo hijos, y magia, y felicidad. Pero luego tenía que volver al curro y empezaba el tedio. Ella lo enfocó todo hacia el viajar como método personal de evasión. Y ya nunca dejó su vocecilla educada y estratégica, comercialmente literaria, excesiva, audaz con sus afectos dispersos entre muchas ciudades y países, hasta que logró premios y reconocimientos.
Su voz me sorprendía en aquella presentación de libros. Porque citaba mucho a algunos autores consagrados con los que posaba en las fotos que el proyector mostraba al público. Pero yo no veía amor sino apoyos. Para mí, que los citaba para hacerse la grande, la interesante, la destacada, la sí misma, la sorprendente, la diferente, la irrupción por sorpresa en el mundo del éxito, la esponsorización más que la belleza o la potencia de su arte oriental y orientado a fascinar cercanías.
Me fijé en que no miraba demasiado a los que no conocía y que no formábamos parte de su círculo de seguridad habitual. La vi falsa, inconcreta, y a la vez con una tremenda rabia de micrófono.
No me gustó el eterno femenino del timbre de su voz. Me sonó a chasco, a doña perfecta de los frasquitos mágicos, a la oportunista que se pone las botas en un clima vorazmente favorable.
Me pareció que se sentía muy ganadora, muy torera, muy capaz de driblar a los opositores a su proyección, muy a gusto, muy viéndolas venir, muy demasiado marisabidilla que nunca había perdido ese gen y tic que se adquiere en los despachos efectivos de las multinacionales.
Se hacía en corifeo la selecta, la yo no soy para tanto pero estoy triunfando, la yo soy más modesta de lo que me decís casi con arrobo, y yo me sentía desconcertado y hasta defraudado.
Me semejó una creída que busca venganza sutil a su estilo, y que domina los tempos, y que cuando te descuidas te ha vendido el libro actual más tres proyectos en los que está trabajando y ultimando, también. 
Exactamente, éso. Una vendedora entre artistas. Una mujer que se vende de cine, de ganas de que te creas que es muy grande y que su ambición ya no conoce la frontera ni el límite.
Deseo excesivo de ambicionar, fasto hinchado, y una tremenda capacidad de penetración en la psique de los incautos. No sé si fue que le cogí manía o sencillamente que palpé y descubrí su truco.
No. Prefiero la humildad. Y la realidad, y el rubor, y el no hablar tanto de sus amigos potentes y destacados. Le sobraba paraguas y la lluvia era un aguanieve casi imperceptible aunque con marca blanca fría y potente. No fue manía mía, sino lentes para la miopía.
-ASÍ LA VI-

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