Morena, aparentemente tímida, ojos almendrados, libre, esclava, crecedora, vitalista, llorona, eufórica, niña eterna, y buscadora infatigable desde sus inercias y vitalidad. Lydia ya no tiene treinta años, pero tampoco cuarenta y cinco. Es muy joven aún. Tiene y tuvo amores perdidos, amores futuros, amores in fraganti, y amores que están ahora y otros que ya llegarán.
¿Acaso Lydia es mística? No. Es pija, un día se fue de casa sin decir nada a sus padres a quienes llamó días después desde París en donde se había enamorado de un francés pensador y en donde se afincó y casó, y cuando las cosas le fueron mal regresó a su Madrid y sus padres tras unos días de hacerla morros, la perdonaron y la acogieron en su casa.
Lydia se vino de Francia con lo puesto y con un hijo. Los abuelos hicieron como que se alegraban, pero no. A Lydia no le convenció el postureo. Y decidió abrazar a la familia de las amigas y amigos esporádicos y por supuesto con dudas espirituales.
Lydia es una duda con bonitas y morenas piernas de playa escondida. Pero al entrar en un mundo menor con trabajos que ella considera impropios, empezó a llorar y a preguntarse por demasiadas cosas. Y sintió la necesidad de buscar respuestas casi inmediatas.
Ella cree en algo distinto a los líderes convencionales del espíritu. Lo cuestiona todo aunque trata de ser optimista e independiente. Ellos están ahí, la madre naturaleza, las civilizaciones milenarias que censura la antigüedad de la historia, los sucesos paranormales, el yoga, las meditaciones, las otras realidades o los cursos de milagros.
A Lydia le gusta reñir con chicos de su edad y ver películas distintas y siempre sorprendentes. Sí. A Lydia le encanta desconcertar,y que la mires sorprendido, y dejarte atrás y buscar sus propios caminos. Largos caminos que por ahora no asume en culminar sino en transitar.
Bajo su aspecto de buscadora de verdades, en Lydia hay asertos incuestionables, pompas de jabón, tristeza, y muchas más dudas con las que le encanta merodear, jugar y vivir.
Seguramente es su proceso. Porque Lydia lo pasa mal y no está dispuesta a volver a creer en fármacos o en psiquiatras. Prefiere juguetear con la kinesiología, con los masajes siatsu, y con las afirmaciones de energía que dice que le dan resultado, éxito y hasta vanidad.
¿Madurará Lydia? ¡Pues claro! Es inteligente y aún no ha aprendido a llorar y a aceptar sus mundos inmediatos. Ni es monja ni soldado; solo es una chica normal que todavía no ha encontrado ese nuevo rumbo que se llama amor propio y amor de chico.
Bucea entre un mar imposible, porque todavía no se siente con branquias para salir a la tierra firme y ponerse unos nuevos nombres y apellidos a sus máximas y a sus conductas.
A la risueña e impulsiva Lydia le falta un potente amor. Alguien que la adore y la aconseje y la diga que el mar solo es un abismo de huída, que bajamos como los simios de los árboles, que tenemos oxígeno y no Disney en los pulmones, y que hay que ser honesto y dejarse de ese tremendo postureo que es su miedo vital.
El día que a Lydia se le pasen las heridas y las nostalgias, aterrice y se observe en retrospectiva, entonces sentirá ternura de lo que ahora es. Y reirá seria su traje de cenicienta actual, y le dará igual tener más arruguillas o patas de gallo. Y hasta se sentirá en paz con sus canas incipientes.
Pero por ahora, Lydia es ternura incompleta y contradicción fresca, huídas hacia adelante, todo el individualismo y la mejor y más cómoda ropa interior. Hoy que hoy, Lydia te ofrece distinción y apuros, arrolladora capacidad escurridiza, y un ansia voraz de ser vegetariana y de dejar la carne. A esas sus carnes le faltan músculos, y definición y claridad. Y muchos, pero que muchos besos de cariño sincero.
- ¿O NO LOS MERECE? -
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