Un juvenil. Pero, cerebral y con personalidad. Era un diez. El número mágico de los ases del fútbol que inventó el Pelusa. Iba tanto para gran figura que pronto comenzaron los buitres a asediarme. Porque esto es un puto negocio impune y sin escrúpulos en donde el ganar se llama dólar.
Yo era muy bueno. Rápido y muy técnico. Y lo más grande es que veía puerta con demasiada facilidad. Diecisiete años, y decían que yo era muy raro, visceral, comunista, antisistema y hasta gilipollas. Mi padre era un obrero honesto y laborioso, ético y extremadamente práctico. Mi madre, ama de casa y tal.
No terminé los estudios porque a mí lo que me iban eran las chavalas, y eso de los libros y de hacer codos era para gente muy ambiciosa y hasta tragadora del Sistema. Yo había estudiado para aprender y no para pasar las notas. Siempre aprender. ¿Para qué el examinarse y atarme a los números?
Y, entre chavala y chavala, mi gran pasión. El fútbol. Yo era alto y tenía buena planta, y empecé jugando en el equipo de mi barriada. Por poco tiempo. En seguida me vinieron tipos de equipos de pueblos aledaños, y yo decidí. Jugué en varios de esos equipos. Y la lengua comenzó a calentarse. Que si este chaval es un fenómeno y va para gran figura, que si hay que atarle y hablar con él, y etcéteras similares.
Mi padre no hacía caso. Se iba a trabajar al almacén de lámparas, y lo único que me decía era que o trabajara con él,o que estudiase. Todo eso del fútbol,-al menos inicialmente-, no parecía ir con él. No parecía interesarle, o como siempre fue un desconfiado, nunca se acabó de creer que tenía un hijo que con el balón en los pies fuera un artista.
A mí tampoco nunca me ha gustado eso de las fantasías. Pero el fútbol está en el medio de los delirios posibles. Empezaron a ofrecerme y ofrecerme potentes sumas de dinero. Pero en seguida me di cuenta de que ahí debía haber gato encerrado y les paré los pies.
Yo no valía tanto dinero, y lo más importante es que no lo podía controlar ni administrar con seguridad. Recuerdo que un día me dieron un consistente fajo de billetes grandes en un sobre y me lo llevé a casa. Mi padre me llamó ladrón al sorprenderme con el dinero y hasta me soltó un cachete, mientras trataba de indagar acerca de la procedencia de tanto dinero junto para un chiquillo como yo.
Ese no fue el problema. El problema vino cuando me vinieron verdaderos buitres intermediarios y hasta de prestigio. Me acojoné y me costó tomar decisiones. Pero había algo en tales intermediarios que me producía rechazo. No tenían cara de fútbol. Y aunque venían acreditados de media Europa, vi que la única forma de quitarme a los moscones de encima era dejar el fútbol y ponerme a trabajar en la misma fábrica en donde laboraba mi padre.
Mi viejo no me habló más en cuanto se cercioró de mi renuncia a los fáciles placeres dinéricos y mundanos. ¿Me habría vuelto loco al rechazar el ser rico de por vida?, me espetaba una y otra vez. Y para que no me echara de casa, consensuamos que en el lar familiar nunca se hablaría de fútbol. Y cuando televisaban algo, me iba al bar.
Ahora que veo a dónde llegan los buitres del fútbol, respiro más que aliviado. Y además mi chica es tan guapa como las de las estrellas que tenéis todos in mente, y me quiere muchísimo. Es peluquera, de mi barriada de siempre, y en cuanto pase el verano nos casaremos, que ya toca.
¿Arrepentirme de no ser una estrella rutilante? ¡Ni hablar! Cuando me duermo por las noches, estoy muerto de paz. Mi conciencia está libre de pirañas, y mi nómina más controlada que el marcaje de Gentile a Maradona. Ese mundo es de otros. Por cierto que sigo jugando al fútbol.
-ME ENCANTA HACERLO-
0 comentarios:
Publicar un comentario