martes, 23 de julio de 2019

- LA NECESARIA DESINHIBICIÓN DE MERI -




Coincidí con ellas en un viaje. Sí. Con una tal Meri y un par de amigas suyas. No soy cotilla. Lo que pasa es que cuando se está a gusto se puede oír todo. Y más cuando te colocan en el asiento de atrás de Meri en el autobús.
Guapa y con seguridad. A su aire y pasando de todo el mundo. Plena y oralmente libre. Bonita y bellas piernas las de Meri. Y todas las ganas de gustar y de gustarse a sí misma. Hasta de autoconvencerse de sus cosas y para que se pueda saber.
Risas y radio. Meri y sus amigas se estuvieron riendo durante horas. Tres horas de autobús dieron para establecerse una dinámica emisora de Radio Meri. No paraba de charlar. Con cerca de cincuenta años, Meri hacía incursiones de pretendida madurez actual y vigente, mientras se infiltraba en el relato de toda su vida. ¿Dónde está su ex?, ¿existió algún día? ...
Meri se autoconfesó toda su verdad y se quedó corta y fondista durante las tres horas de trayecto. De chica actual a mujer gamberra y divertida. De señora de hierro, a la más absoluta capacidad de seducción. Megakilos de energía. Mundo de disney, toda la crudeza junta,  y todos los anhelos de seguir viviendo y dando caña. Pisando fuerte.
Lideresa e influyente. Agotaba y divertía a sus también bellas amigas, las cuales guardaron amical y atentísimo silencio de admiración. Hoy por hoy, con Meri no se puede.
Meri sugería y planificaba futuras e inmediatas excursiones a sus amigas y un tanto subordinadas. Una máquina necesaria para justificarse la libertad de y en su vivir.
¿Hombres? No es que los pusiera entre risas o los minusvalorara. No es eso. Lo que sucede en Meri es que su experiencia precoz de haber vivido a mil su belleza y su decisión, le dan opinión y categórico modo de pensar.
Meri hablaba de los hombres como algo menor y con absoluta negación del amor de pareja. De sexo, de su cuerpo terso y de que fue bellísima. Risotada cuando se juntó con varios hombres tras decirle que no a su marido y por escrito, jactándose de conocer ampliamente las pieles de unos y otros, y riendo y riendo como una joven adolescente hasta la tos que es producto de que en su apasionamiento no acompasaba adecuadamente la respiración. Y bebía poca agua. Apenas un traguito. Pero si Meri bebía, no habría de ser por el rápido e incesante hablar, sino porque socialmente se suele decir que hay que llevar una botellita y beber de vez en cuando. Casi, un oportunismo o una moda de hoy.
Eso me llamó la atención en Meri. Que, presumiendo de ser tremendamente actual y de estar al loro de todas las cosas y avances, no conseguía guardar un adecuado y hasta conveniente silencio.
Y entre aranas y convicciones, les hablaba a sus amigas de que en sus tiempos estelares movió Valencia en la noche, e hizo potenciar las discotecas de la ruta nocturna, que nadie la ganaba a bailar suelto y a volver locos a los chicos, que todo ese mundo fue suyo, confesó a sus amigas lo que nunca le diría a nadie, y se sintió extraordinariamente bien.
Sí. Meri recordaba más que a la perfección sus tiempos de guapaza con taconazos finos y elegantes, y de cuerpo no exuberante pero espléndido. ¿Para qué esa vanidad de buscar y buscarse entre todo ese tiempo cercano a las tres horas de bus?, ¿qué quedó allí que sin darse cuenta desea recuperar?, ¿acaso parlotearlo, para borrar todo aquello de un plumazo?
-SOLO ELLA LO SABE-

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