Una casa, unos cuidados, un silencio, una enfermita convaleciente, un calor de preverano, una gatita vieja y malita, una locura y un cariño de ternura.
Un miércoles cualquiera, una vida detenida, alguien que se mueve receloso, unos trinos de pájaros al fondo, un eterno aspirante a escribidor que no se rinde, el placer de ayudar, la generosidad,. explorador de historias tan humanas como inéditas, el genio que llegó demasiado tarde a su pódium, otra casa de acogida, mis años perdidos y mi presente ganado, mi inexperiencia es un acicate más para seguir, el placer de una tarde silenciosa que parece no moverse de ahí, también el mundo es esta tarde ...
Esta no es mi casa. Es la casa de un ser maltratado por la vida. Una mujer con un infortunio que casi siempre cosechó. La mujer de esta casa confía en mí, me abre siempre la puerta, me quiere, me obedece, me agota, me siento bien corrigiendo sus errores aunque luego mi energía se resienta.
Es una casa de soledad. Es una casa a la que repelen y maltratan. A la que ignoran, a la que su dueña raramente le hacen un favor de corazón, y yo me siento un privilegiado porque no estoy perdiendo el tiempo ni tirando la tarde. No. Estoy haciendo un intercambio. Confianza por cuidados, esa mujer es esa hermana pequeña que nunca puede tener, alguien que me necesita de verdad aunque se reivindique como la mujer más independiente del mundo. ¡Ojalá pudiera ser así! ...
La dependencia. La dependencia es una cesión. Una cesión muy cuando esa persona que te cuida no es ni tu marido, ni tan hermana, ni ningún cercano familiar.
Yo soy su amigo. Me siento orgulloso de cuidar a una persona que me tiene en estima y que nunca se sabrá exactamente el porqué de esa mutua empatía y aceptación. Ni soy de aquí, ni soy de allá, y a la vez la vida me dice que debería ser de muchos sitios. Por lo menos de catorce o quince sitios. Y tener arraigo en todos estos lugares. Y un millón de amigos, y más sueños aún de los que tengo que no son pocos.
La casa, las casas, siempre tienen ojos. Ojos de reflexión. Por eso la casa me mira con curiosidad y hasta con expectación mientras escribo estas cuartillas. Y ve pasar al gato delicado muy cerca de mí, y se acerca a su dueña por si le ha pasado algo.
La gata quiere ser mi rival. Solo conoce bien a su dueña, y poco a los familiares y amigos de la dueña. Petri,-que así se llama el felino-, me observa entre sorprendida y tranquila. Es pura supervivencia y se posiciona al lado de donde hay corriente de aire. Porque en la casa ya manda el calor.
La casa es anecdótica e impenetrable a un tiempo. Es un lugar que puede ser triste aunque al fondo puedan oírse los trinos de las aves de la tarde, o de una radio desprenderse todo un recital de música rockera.
La casa es como somos. Por eso parece detenida, en modo pausa, en espera de que alguien decida los tiempos y todas esas cosas. Pero os aseguro que muchas cosas no son lo que parecen.
En esta casa hay ausencias, y risas, y ayudas, y libertad condicionada, y el factor humano, y una terraza llena de abundantes plantas que tratan de colorear el tiempo de la vida.
La casa será siempre inolvidable para mí. Y agradecido. Y siempre echaré de menos esta casa cuando ya no la pueda frecuentar. Y en esta casa que impera, yo he tenido un vademecum de sentimientos como nunca experimenté. Porque la dueña extraviada que descansa en silencio, me ha dado mucho de lo mujer que es.
Es por fin el tiempo de la vida que me ha fructificado ofreciéndome a esa hermana que no pude tener, o a esa chica que nunca alcanzaré, y a todos esos sueños que se han ido cumpliendo al ritmo del azar y del vivir.
¡BENDITA CASA!