Jubilado, tranquilo, decidido, viudo recientemente y culo inquieto. Laborioso, equilibrado, y bien de otro tiempo.
Antonio siempre camina como con prisa. Con ese ritmo vivo que le indicaban sus jefes en aquel almacén de productos de cartón que fue su vida y su mujer hasta que se le marchó hace un año.
Ese es Antonio. Menudito, poca cosa, con gracejo y aparente seriedad. El hombre ya no quiere volver a un tiempo que no existe, y acepta el de hoy porque hay que vivir y no queda más remedio.
Lo que no le gustó a Antonio fue el tener que jubilarse. Detener su pronto y hasta su impronta. Le gusta ser servicial para sentirse activo, y profundamente vecino de un barrio que no le acaba de convencer, porque añora el suyo de toda la vida y porque está en el de ahora con la sombra de su mujer persiguiéndole.
Machismo. Machismo inconsciente. Antonio sigue en los años setenta como si el tiempo y su transcurrir no le importara apenas. Habla con naturalidad en su discurso acerca de un vecindario que va cediendo camino hacia la nada.
Antonio se sigue sintiendo líder aunque quizás no lo sepa. No parece tener muchas amistades, pero no hay que fiarse mucho. Siempre hay gente que le conoce. Otra cosa es que él desee conocerles poco.
El menudo Antonio dice que no come carne desde que se murió su mujer. Lo de la carne es aún muy importante para él. Porque para un hombre de su tiempo y sesera, la mujer puede ser bastante secundaria. Incluso podría pensarse que tiene una mala impresión de las féminas, lo cual enmascara lo jodido y solo que está porque su mujer se fue para no volver.
Antonio ya lleva un tacatá pero anda demasiado deprisa y no se acompasa. Se sabe viejo, pero antes muerto que reconocerlo. Es guasón, y cuando se siente bien dice algo realmente gracioso pero en velocidad, para probar a los otros, para sorprender, y para hacer ver que no va de gracioso.
Antonio pasa una y otra vez por los alrededores de una cafetería que yo frecuento, y a veces se detiene pero nunca se sienta. No. Sentarse en un bar o en una cafetería nunca lo hizo ni fue de su gusto. Le agrada mucho invitar por sorpresa, y con la intención astuta de ver cómo reaccionas. Para pillarte mejor.
Escurridizo, rápido, vivaracho como lo haría un buen y hasta excelente trabajador de los de antes. Del trabajo a casa. Beber y fumar no era malo para él. Ni lo es. Tiene un vecino de escalera con el que juega al dominó todos los días, hacen unas risas, beben algo y su vecino más. Y luego se queda solo, ve algo en una tele que no le gusta apenas, y aunque se hace el impecable y el correcto, está deseando cruzarse con una moza de campanillas de su generación, de las de ahora o de de las de siempre. Y de vez en cuando se pone vanidoso y se envalentona, y entonces puede soltarte un taco que busque guerra y que te ponga a prueba.
Antonio es un hombre tierno y hasta preso de su tiempo. Nunca dejó de pensar como piensa, y tiene más mundo que Cristóbal Colón, pero aparentemente solo habla de pequeños viajes en su vehículo del que con ironía afirma que ya es mejor que lo conduzcan otros.
En principio, Antonio no te hará ruido. Será un ciudadano conocido y un vejete al que el barrio conoce de vista, que no de sobra. Porque Antonio es selectivo y añejo, y cañí, e impasable, y hasta tiernamente imposible.
Claro que Antonio es rápido. Porque así te comen menos el terreno, porque es mejor ser de pocas palabras y de muchos hechos, porque nunca hablará de religión o política, porque piensa que es bueno no tocar eso. Y seguirá siendo siempre rápido mientras un cuerpo femenino no le deje indiferente.
¡SIGUE DEPRISA, ANTONIO!